Augusto, el primer emperador romano, estableció una nueva organización territorial en Hispania, que se componía de cinco provincias: Lusitania, Tarraconense, Bética, Galicia y Cantabria. Estas provincias se extendían desde la actual Portugal, hasta el valle del Ebro. El emperador dividió Hispania en estas provincias para mantener el control político y militar del territorio y también para promover el bienestar económico de sus habitantes.
Augusto también introdujo una nueva forma de administración para la provincia de Tarraconense, la cual se subdividió en dos nuevas provincias: Tarraconense y Citerior. Esta nueva estructura territorial se mantuvo durante muchos años y fue una de las principales contribuciones de Augusto a la Hispania de la época.
Estas provincias establecidas por Augusto se caracterizaban por contar con una buena infraestructura, como caminos, acueductos, puertos y puentes. Esto hizo que el comercio y las relaciones entre estas provincias fueran más fáciles. Además, se establecieron impuestos específicos para cada provincia, lo cual contribuyó a mejorar la economía local.
En conclusión, Augusto estableció cinco provincias en Hispania: Lusitania, Tarraconense, Bética, Galicia y Cantabria. Estas provincias se caracterizaban por tener una buena infraestructura y una eficiente administración que contribuyó al desarrollo económico de la región durante muchos años.